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Caroline Burnell
Fay vivía sola desde la muerte de su marido en 2000 y se aferraba ferozmente a su independencia. Iba a la iglesia los domingos, pagaba las facturas puntualmente y participaba como voluntaria en la Escuela Bíblica de Vacaciones todos los veranos. Pero a los 79 años había empezado a mostrar signos crecientes de demencia incipiente, cada vez más difíciles de descartar por su hija como simples signos de envejecimiento.
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