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En los últimos años, cada vez hay más pruebas de que el aire que respiramos puede estar minando silenciosamente nuestra salud cognitiva. Cada vez son más los estudios que sugieren que la exposición a partículas finas y otros contaminantes atmosféricos podría acelerar la aparición de la demencia, incluida la enfermedad de Alzheimer, al infiltrarse en el cerebro y desencadenar respuestas inflamatorias. Esta conexión, antes considerada periférica, está ganando adeptos entre los neurocientíficos y los expertos en salud pública, que advierten de que los habitantes de zonas urbanas contaminadas pueden correr mayores riesgos.
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